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04/09/2007
Página del recuerdo
Brillará Blanca y Celeste, LA CUEVA CONSTITUCIóN

Seguramente las fechas carecerán de exactitud y algunos nombres estarán equivocados. Es más, es muy probable que no sea el más indicado para escribir estas líneas. Razones sobran, por la edad (corta), por una memoria que no es de las más lúcidas y por una marcada subjetividad hacia la mayoría de los personajes de esta historia. Muchas de las cosas que ocurrieron entre las gastadas y grises paredes del club de la calle Urquiza forman parte de mi anecdotario simplemente porque me las contaron, con el profundo riesgo que acarrea el boca en boca.

Nunca jugué bien y tengo recuerdos de muy pocos partidos dentro del rectángulo, es más, fui socio apenas por unos meses (si es que lo fui alguna vez). Tampoco soy de esos que estaban todo el día en el club; lo hice de chico y me tocó volver casi a los 17 años, cuando me iniciaba en el periodismo. Fue el momento de reencontrarme con muchísimos amigos, de la vida, de la escuela, del barrio; esos que hace años no te ven pero que te saludan como si hubieran almorzado con vos ese mismo día. El inconfundible código de un barrio y de un club que sabe conservar de manera irrefutable el sentido de pertenencia: si creciste ahí, sos de ahí, sin importar lo que hagas o lo que pase. Algo similar a la amistad, pero todavía más concreto.

Me dijeron que un equipo de la C volvía a jugar tras varios años y había pagado un micro en un programa de radio para cubrir los partidos. “Es Sportivo Constitución”, comentaron. “¿Lo conocés?”, fue la pregunta. “La Cueva”, fue la respuesta.  

El técnico era Gustavo Lafranchi. Más que técnico era un amigo, más que amigo era un pariente lejano. O la mejor definición: un pariente lejano pero un amigo cercano. Jugaban el Negro, Tateano, el Chivo, el Dani, el Cabezón, Pepito, y los hermanos McCormack, algunos de los amigos y conocidos de la infancia. Era prácticamente un equipo integrado por jugadores que estaban en las inferiores del club y que se habían quedado sin lugar cuando dejó de hacer básquet.

Para aquellos desprevenidos, Constitución fue un gran protagonista de los torneos locales, a veces en el ascenso, a veces en primera. En algunas ocasiones resaltado por éxitos deportivos y en la mayoría por incidentes que tienen más que ver con lo policial. Se sabe –y si no saben les cuento–, jugar en La Cueva no era sencillo y salir tampoco.

Pero volviendo a un pasado no tan lejano, las imágenes fueron impresionantes en el retorno. A pesar de vivir a 200 metros del club no había cruzado las puertas de chapa desde varios años atrás. El televisor en lo alto, las mesas de cafetín de los vejetes y el olor a empanada frita ofician de recepción. Nada había cambiado, o muy poco.

Ese primer día fue saludo tras saludo y la emoción de escuchar el sonido de la pelota contra el sucio y frío mosaico. Poca luz, mucho humo por los choris y el técnico que no estaba. Lo fui a buscar a Gustavo, y no había muchas opciones: puerta corrediza hasta la sala de juego. Entre la nube generada por los cigarrillos y los gritos provenientes de las mesas hubo que avisarle al entrenador que era hora de la charla técnica, que el partido tenía que empezar.

No sé bien cómo fue, pero me contaron que por esos días llegó un pibe de Pergamino con un bolsito, que quería jugar al básquet en cualquier club y le dijeron que en Constitución podía tener lugar. Pelo largo, flaquito, pero dueño de la mano más tremenda de la categoría y, según demostraría a lo largo de los años, de la ciudad. Denis Ortenzi fue la carta para convertir a Constitución de participante a candidato y luego para hacer la metamorfosis que lo llevó de candidato a campeón.

Fue el retorno al básquet de un club querido por muchos, odiado por otros tantos, pero que a pesar de su habitual rudeza despierta simpatías. Simplemente porque pocos entienden cómo puede llenar una cancha en una final si no tiene más de 50 socios. La mayoría ven con curiosidad las cosas que allí ocurren, como que tenga en lo alto del gimnasio tres camisetas retiradas en homenaje a sus ídolos del pasado. Casi NBA.

Como casi todos los clubes de barrio, La Cueva tiene sus leyendas urbanas, como cuando era obligatorio tener tableros de acrílico y dicen que se pudieron comprar con el dinero obtenido por el cambio de un voto en una asamblea.

Como cuando al Bebe Calvente le traían a la novia desde Tucumán en la previa de los partidos para que esté contento.

Como la victoria en Saladillo ante un equipo que tenía entre otros al Pini Salles. Fue con 50 de Ortenzi, con el Richard y el Ale repartiendo de lo lindo. Si el perro que vivía en el club y que siguió al colectivo de la hinchada hasta la zona sur se metió a parar un contragolpe de los locales.

Como el aro que se movía ante cada tiro libre rival. Un día un árbitro recién llegado a la ciudad se atrevió a decirle a los hinchas que paren de empujar la jirafa y obtuvo una clara respuesta de uno de los integrantes de la barra: “Acá siempre movimos el aro”. Ya el Negro, Tateano, el Chivo, Ortiz, Caripela, el Cabezón, el Ñato, Madera eran todos hinchas caracterizados.

Es verdad que hay cientos de historias que tienen que ver con agresiones, golpes, corridas, puntuales cortes de luz y demás, pero no vienen al caso. También hubo muchas derrotas, pero tampoco importan. Son mucho más divertidas las anécdotas del humo de la parrilla impidiendo la visión cuando ataca el rival, o ver a la hinchada comiendo tras el aro en una larga mesa de frente al partido que se estaba disputando.

Después llegó el ascenso a primera y vinieron los subcampeonatos ante el tremendo Central del Turco Grimaldi. Imaginen la dura pero feliz (o infeliz) tarea de comentar un partido donde querés ganar tanto como cada uno de los jugadores o de los hinchas. Pero después vinieron los problemas económicos y la desafiliación. Después todos los pibes se quedaron sin club. Y ahora cuesta arrancar. Y es muy triste.

Pero un día volverá Lafranchi y por ahí Poroto. Y todos los que pasaron por la Cueva pondrán su granito de arena para el retorno. Es más, por ahí Ortenzi se da una vuelta. No sé si era el indicado para escribir sobre La Cueva. Apenas si pude ver una parte chiquita de la historia. Ahora espero poder escribir sobre lo que vendrá.

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David Ferrara
 
 
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