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21/05/2007
Página del recuerdo
EL CLUB URIA

INTRODUCCION

Cuando Marcelo Bloch me invitó a participar en su sección de la Página del Recuerdo y  me pidió que escribiera algunas líneas sobre mi querido Club Uría, obviamente no lo dudé ni un instante, porque me pareció la mejor oportunidad de saldar cuentas pendientes.
El Club Uría fue fundado allá por el año 1930 en la calle Alem 1272 de nuestra Ciudad de Rosario. En su fundación tuvieron activa participación Don José Uría, mi tío abuelo y Doña Elvira Uría de Gómez, mi querida abuela paterna, dueños por ese entonces del Café y Bar Uría que se encontraba ubicado en la esquina de 9 de Julio y Alem.
En enero de 1971 la propietaria del terreno que el club alquilaba, decidió venderlo a una empresa constructora y en muy pocos días fue demolido. Hoy en su lugar hay 2 imponentes edificios que se empeñan en querer hacernos olvidar que allí pasaron muchas cosas  imborrables de nuestras vidas.
Fueron sólo 41 años de existencia, pero todo lo que dejó atrás fue muy
importante  para quienes fuimos en mayor o menor manera partícipes de su historia. Y tan importante fue y será en nuestras vidas que nunca terminamos de despedirlo.  Por eso es que valgan también estas líneas como el mejor de los homenajes a esos 150 hombres y mujeres, todos ex socios del club que desde hace más de 15 años en forma consecutiva se reúnen  cada  mes de noviembre convocados por ese increíble personaje, mezcla de santiagueño y rosarino “el Turco Victor Abdulajad” para recordar cada vez las mismas anécdotas y cuentos de su querido Club Uría.  A pesar que   cada año el tiempo irremediable e irreversible se empeñe en traer una  nueva mala noticia……y algún lugar deba quedar vacío, mientras quede uno solo de ellos estoy seguro que el glorioso Club Uría no va a poder descansar en paz........... y ojalá sea así.

Esta nota tiene dos partes.-  La primera habla sobre mi recuerdo del Club y   en la segunda que será en una próxima entrega, trataré de contarles sobre su historia y hechos salientes que he podido recopilar.-

escribe
Jorge G. Uría

1RA. PARTE:  MI RECUERDO DEL CLUB

Década del 60.  Cursaba la primaria en la Escuela Bernardino Rivadavia, esa que queda en 25 de diciembre al 1200; bueno, ahora la calle se llama Juan Manuel de Rosas, pero para mí siempre va a ser 25 de diciembre.-
Turno Tarde. ¡¡¡Salvado!!! La campana de salida suena exactamente a las 5 y cuarto de la tarde. La portera Doña Gregoria es de fierro y nunca se atrasa. A salir rajando para casa, las 3 cuadras al pique. Llegar, sacarse el guardapolvos, tomar una taza de Toddy  y  2 tostaditas con dulce de membrillo mientras miro de reojo en la tele, en blanco y negro y con lluvia un pedacito de la serie del momento: “Flicka el caballo de no se qué”.  Me tengo que acordar de decirle a mi viejo que oriente la antena de la tele, cada vez se ve peor.
Ahora sí, ahora viene lo mejor. Una cuadra a  todo lo que da y ya llegué.
Antes de cruzar  los veo,  ya están Enrique, Raúl, Marcelo y Fidel; siempre llegan al club antes que yo;  soy un boludo, me entretengo con la tele.
A las 6 de la tarde, exactamente a la 6 de la tarde  como todos los días,
Don Bachicha, su majestad el canchero, abre las puertas del Club Uría. Para nosotros El Paraíso.
Había que subir exactamente 3  escalones de ladrillos rojos y ahí mismo
frente a tus ojos la majestuosa cancha de básquet, con sus mosaicos siempre brillantes y las líneas bien marcaditas. A la izquierda se abría un patiecito, ahí donde ponían los tanques de agua y te llenaban los pomos en los bailes de carnaval por cinco guitas y que al final lo techaron e hicieron un saloncito.  Si te ibas para la derecha entrabas al buffet; un salón muy largo y que remataba en el mostrador, bien pero bien al final.
Lleno de mesas y siempre con gente, no mucha pero siempre alguien había.
Estaban los viejos de todos los días  que se sentaban contra la ventana y que cuando vos pasabas te tocaban la cabeza y te decían “hola pibe” con voz gruesa. Esos mismos viejos que cuando te los cruzabas por la calle ni bola te daban, pero en el club te tocaban la cabeza y te decían “hola pibe”. En el club, todo era mejor y  más lindo.
A un costado a la derecha, la temible cancha de bochas con los viejos
cascarrabias,  todos vestidos de blanco y alpargatas y siempre arrimando al bochín.
¡¡La cancha de bochas!! Testigo de nuestra primera travesura colectiva. Un día a Raúl los viejos lo agarraron de los pelos porque se nos cayó la pelota adentro y entonces nosotros en venganza, cuando ellos se fueron le punteamos la tierra y le sembramos alpiste y después le pasamos ese rodillo pesado que ellos tenían para que no se dieran cuenta.
Suspensión de 15 días a los 5 nos dieron. Pero como le iban a tirar el pelo a Raúl!!!  Teníamos razón nosotros.
Un poquito más lejos, pero siempre a la derecha estaba la cancha de pelota a paleta, donde iban a hacer la pileta de natación. Ahí jugábamos al fulbito, 5 contra  5 y donde  después ya más de grandes era el lugar donde nos apretábamos a las chicas del barrio con la complicidad de sus bombitas quemadas.
Al fondo, los vestuarios, local y visitante; baño de damas y caballeros y al costado el escenario. Escenario para las fiestas, pero sagrado lugar de la mesa de control cuando jugaba la primera. Acá arriba los chicos no pueden estar ¡!! Molestan al planillero y al relojero nos decía el viejo Bachicha y nos bajaba a escobazos. Solamente se podían quedar los 2 elegidos para marcar los tantos en el tablero manual; ese de las chapitas con números, ¿viste?
Y por último la secretaría.  “Comisión Directiva” decía el cartelito de la puerta. Ahí sí que ni locos te dejaban entrar; pero nosotros espiábamos y era mágico. Una mesa grande y muchas sillas, en las paredes retratos de gente  que no sé quién era, todos serios y de traje, banderines de otros clubes y sobre los armarios un montón de copas y trofeos bien brillantes que seguramente habíamos ganado porque éramos los mejores del mundo. También estaban  los juegos de camisetas, bien guardaditos y las pelotas, ese preciado trofeo que solamente salían a la cancha si Don Bachicha, su majestad, quería.
Ese era mi club. El Club Uría. Por lo menos así lo veía yo y así lo recordaré toda mi vida. Como el club más grande y más lindo que jamás volverá a existir.

Hoy volví a pasar por Alem 1272, donde estaba el Club Uría. Siguen los
mismos 2 edificios, empeñados en hacernos ver la realidad.  Lo que ellos no saben es que desde adentro se escucha el ruido de la pelota cuando pica y el silbato del referí.
Por más que quieran el Club Uría nunca va a descansar en Paz.-

///Continuará.-

Jorge Gómez Uría

 

 
 
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