No fue una temporada más. Creo que fue una de las mejores de Rosario Central en la Liga Nacional. A lo largo de los años transcurridos de la institución dentro del tercer estamento liguero, de los cuales tuve el honor de jugar en su totalidad, me atrevo a decir que fue uno de los mejores. Y no sólo me refiero a lo estrictamente basquetbolístico, sino a todo lo que rodeó al equipo en estos diez meses de competencia. En primera medida la adhesión de la gente parcial e imparcial que concurrió al estadio, principalmente luego de haber conseguido el objetivo de entrar en B1 fue genial. Llenando el estadio en algunos casos, alentado en todos, motivando en forma continua, haciendo muchas veces levantar partidos que en ocasiones se presentaban desfavorables, dando una palabra de aliento cuando las cosas no salían del todo bien; en fin, estando, que no es poco, en una ciudad que no se caracteriza por tener gran fervor por este deporte.
Como segundo y fundamental, el grupo humano. Algo que si bien es prediga corriente de todos los entrenadores, es muy difícil de conseguir. El buen ambiente, la predisposición, la constancia al trabajo diario, el chiste a mano o simplemente el apoyo al compañero ante cualquier circunstancia hizo más llevadero un torneo en donde se sabe que los viajes son eternos y la convivencia es mucha, en donde a veces se está más con el equipo que con la propia familia.
Obvio que todo esto sin un buen andar dentro del cancha de nada serviría. El equipo demostró tener cualidades que nos llevaron a ser de los mejores de la zona. Es cierto que el espaldarazo que nos dio haber entrado en la zona de privilegio (llámese B1) nos hizo desarrollar un juego mucho más fluido y con una confianza que hasta esa altura del torneo era irregular. El equipo se sacó presión y se empezó a demostrar que se estaba para más. Así quedó demostrado ganando más partidos de visitantes, una deuda recordada por todos hasta el hartazgo de no sé cuantos partidos sin poder conseguir alguna alegría fuera de casa. Y ni que hablar de la localía, en donde Central demostró que fue un duro escollo para casi todos los equipos que visitaron la ciudad.
A la vista estuvo que Central fue un conjunto con imperfecciones y defectos como cualquier otro. Está y estuvo claro. La defensa muchas veces dejó demasiados baches y, malas rotaciones. El ataque no fue en varios partidos, a pesar de llegar a scores altos, lo todo claro que debía ser. El juego equilibrado no fue nuestra constante a lo largo del año. Pero todo esto fue suplido por un enorme corazón y una humildad para saber reconocer los errores que nos marcaban Quique, Lucas o Pablo desde afuera y así tratar de mejorarlos. Algunas veces salía, otras no. Se sabe que este es un deporte, se gana y se pierde, el que no lo entiende así es porque nunca pisó un parquet.
Me siento orgulloso de haber formado parte de este proceso. Por mis compañeros (amigos) por el cuerpo técnico, por la institución, por los dirigentes (¿quién no discutió alguna vez con alguno?, pero nada es personal jeje) y por todos lo que de una u otra manera ayudaron dando una mano en el momento que se necesita.
Es cierto estuvimos cerca de un gran logro, el de estar a un pasito de haber ascendido al TNA. Para mí eso es lo de menos. Pude compartir un año con gente que vale la pena.