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17/12/2014
Rosarina
LA VUELTA AL BARRIO
La gran final contrastó con el tedioso año. El impresionante marco es la semilla para que crezca algo bueno. Hay material, se necesita mejorar el contexto y apostar fuerte.
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David Ferrara, @davidferrara35
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El marco del Cruce
No es la primera vez que sucede. Un año largo, tedioso, encuentra su contraste en una final apasionante, con un marco como el que desde hace rato no se veía. Con dos instituciones que movilizan su barrio y que “contagiaron” al público en general a vivir desde cerca el emotivo cierre de la temporada. No es poco en estos tiempos de vacas flacas.
El deporte una vez más brinda la respuesta, el trabajo de los entrenadores es la semilla, el hambre de los jugadores es el tronco y la pasión del hincha de básquet de club de barrio es el color de un árbol que hace rato crecer torcido pero al que le sobran argumentos para enderezarlo.
Caova y Echesortu jugaron una gran final, en un deporte que sabe de subidas y bajadas y de cambios de rumbo. Hoy el Funebrero festeja la coronación de un año brillante en el que pasó de la B al título de A con Top 4 en el medio. La gloria, la panacea, el momento más importante de la historia basquetbolera de un club que es eso por esencia, básquet. Hubo inversión, apuesta y éxito. Mucho más no se puede pedir, y, obvio, el festejo interminable es el premio.
Hoy lo lamenta Echesortu porque lo tenía al alcance de la mano con el 2 a 0 y porque también hizo mucho para ganarlo, además de a magnífica temporada en la que no pudo con Caova en las finales. Pero vale el aplauso también, porque jugaron con gente de la casa que siente la camiseta. A veces, simplemente no se puede, o alguien es superior. El análisis puramente basquetbolístico corre en otra nota.
Lo cierto es que estos dos equipos contagiaron a la ciudad, porque el marco del Cruce y del Tamburri fue impresionante en las finales, y ahí está la prueba cabal de que hay con qué. Porque los pibes todavía quieren jugar al básquet, desplegar su bandera para alentar a los de la primera. Y porque la familia acompaña y porque los que ya no juegan van con el bombo y el redoblante que les sacan a los veinte segundos del partido. Porque ese es el básquet rosarino.
Pero falta acompañar. ¿Por qué en un juego final que cobra 30 pesos la entrada y a la que asistieron al menos 1.000 personas no hay una inversión en audio para presentación? ¿Por qué no hay nadie para secar la cancha? ¿Por qué no hay una silla o un lugar limpio para la prensa? ¿Por qué se permite vender alcohol? ¿Por qué no hay una premiación acorde y se tiene que rogar a un empleado que no apague las luces de la cancha porque se le ocurre irse a su casa?
Habrá mil detalles de los buenos y de los malos para anotar, en la final y en cada uno de los torneos de mayores e inferiores. Y esa es la idea, que se anoten y se mejoren. Que el tedioso año que viene no sea de meses de hartazgo y sufrimiento rogando porque haya el regalo de otra enorme final como fue la de Caova y Echesortu. Mérito de los que entran al rectángulo y de los que acompañan en la tribuna. Aplauso para ellos.
 
 
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