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10/08/2007
Página del recuerdo
AMOR POR LA CAMISETA
escribe
Marcelo Bloch

Después de más de 30 años volví a entrar al club en el cual empecé a jugar al básquet: Universitario. Si bien hace ya 11 años que he vuelto a recorrer los clubes de mi ciudad llevado por mis hijos, nunca Provincial se había cruzado ante con Uni en las distintas categorías en las que jugaron mis hijos. Y la verdad es que fue un volver al pasado. Porque una vez atravesado el ingreso (que realmente está cambiado), la cancha de básquet está exactamente igual que hace 30 años, claro que en aquella época era un orgullo poder jugar bajo un buen techo, ya que en ese entonces la mayoría de las canchas eran a cielo abierto y sólo unas pocas tenían techo; Sportivo América era el estadio de lujo, y a los gimnasios de Provincial y Gimnasia los chicos no los pisábamos, es más, en Fisherton jugábamos con piso de polvo de ladrillo. Empecé a jugar al básquet a los 9 años siguiendo los pasos de mi hermano mayor. En ese entonces se llamaba preinfantil a lo que hoy es el minibásquet y jugábamos con aros altos porque recién en mi 2º año se impusieron los aros bajos.

Antes de empezar el torneo, el Doctor Venier, un gran dirigente que peleaba por el básquet en un club de rugby y hockey (me parece que en eso nada cambió), nos juntó a todos y nos dijo, muchachos van a perder casi todos los partidos, pero no se hagan problemas ya que son todos nuevos. Claro, no tuvo en cuenta que habían llegado al club los Hassan, el padre un colectivero de la línea 54, que era el técnico y que me hizo amar el básquet desde ese momento y para siempre, (no se si sabría de básquet pero qué buen tipo que era), y el hijo, el turco, un fenómeno, era un globetrotter, si hasta llegó a integrar una selección nacional de preinfantiles junto a Sergio Córdoba y el Coco Montanini. Claro en esa época, los pibes jugábamos con las reglas de los grandes, así que jugaba los 2 tiempos de 20’ y él solo se las arreglaba para ganar casi todos los partidos, y los que perdíamos eran por poco margen. Cuando yo entraba la pelota quemaba, así que rápido a pasársela al turco, y así hacían Miguelito Kleiner, el flaco Díaz, mi amigo Iván Di Pietro, el flaco De Giovanni, el Dani Frontino y otros más que no recuerdo (no pidan milagros, el alemán acecha). Al año siguiente llegaron al club los Mascheroni, que venían desde Fortín Barracas, atraídos por el buen básquet que se jugaba en Uni, y llamativamente en ese 2º año y ya sin Hassan que había pasado a la infantil, llegamos a jugar la final del campeonato contra el gran Atalaya de Carlitos Masselli y Alejandro Agostini entre otros, un equipazo que nos ganó por 10 puntos. Obviamente aún conservo la medalla de subcampeón que el Doctor Venier se ocupó de hacer en nuestro honor. Ahí aprendí lo que era un equipo, a pesar de que me pasé los 2 años sentado en el banco de suplentes, entrando poco, pero no importaba, era mi equipo y yo no faltaba a práctica alguna y por supuesto los sábados a la noche me acostaba temprano para no tener sueño los domingos a la mañana, el día más esperado de la semana. En mi tercer año de preinfantil jugué siempre de titular y era una de las figuras, obviamente el equipo perdía por goleada todos los partidos, de ahí recuerdo a varios que después se dedicaron al rugby, el gallego Simoniello, el colo Trumper, los Sarrabayrouse (Marcel y el sapito), y también al grandote Etchart, y a Lisandro Seró (al que todavía veo).

Un párrafo aparte para el Larry Nemec, el loco, el profe del poli, para muchos el que más sabía de básquet en aquella época, un adelantado. Eso si, con los chicos paciencia 0 y con los troncos como yo, más vale que se quedaran en el vestuario. Obviamente yo no lo quería y por culpa de él abandoné el básquet durante casi 3 años, fue en un tiempo que Hassan padre iba poco o nada, y Nemec nos hacía hacer pesas antes de empezar la práctica en pleno verano, (si pesas a los 12 años como lo leen), con un test previo de cuánto podíamos levantar (el tipo era un científico), había que hacer 3 series antes de empezar la práctica, prácticas en las cuáles te mataba haciendo fundamentos, trabajos especiales para los pivots, picar la pelota con los ojos cerrados y recién al final y un ratito se armaba el partido. La razón de mi abandono fue que en el verano iba al club a las 14.30, todo el día fútbol y juegos en la pileta (les aclaro para los que no la conocen que tiene 3 metros de profundidad en toda su extensión), obviamente no estaba para hacer pesas, mi amigo Iván (muy fanático él) los días de práctica no iba a la pileta, y yo por vergüenza de que me viera Nemec, me escapaba por una puerta lateral. Por suerte años después retomé el deporte en Sportivo América, ya era cadete de 2º año, en el ínterin había crecido un montón de centrímetros y con 1.80 me mandaron a jugar de poste alto (hoy 4), ahí me trataron bárbaro y fui compañero de los Tamburri, del negrito Escobar, Marcelito Urri, del pájaro Troyano, de Manolo Otero, de los Villa, del gringuito Angelleri (pobrecito) y en ese primer año fui titular (adivinen los resultados), y una vez que estábamos a punto de ganarle a Provincial (imagínense) en un partido punto a punto, ganábamos por 1 a falta de 20’’, no escuché el grito del banco que era la última bola  y tiré, obviamente los de Provincial agarraron el rebote, corrieron la cancha e hicieron el gol del triunfo, hasta el día de  hoy me martiriza el recuerdo.

Quien me ha visto jugar en aquellos años y hoy mira a cualquiera de mis 2 hijos dentro de una cancha de básquet, duda si son de mi sangre, (yo también), pero creo que ha sido el deseo del padre el que los ha ayudado a ser buenos jugadores.

La última imagen vuelve a Uni el otro día, Ure (en mi época jugaba en juveniles y era tan tronco como yo) subiendo los aros de mini, uno de los jugadores pasando el trapo a la cancha antes del partido, Chochi cobrando entradas primero para luego pasar a la mesa, eso es amateurismo y encima nos ganaron jugando bárbaro, los felicito, eso es amor por la camiseta.

 

 
 
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