1RA. PARTE: MI RECUERDO DEL CLUB
Década del 60. Cursaba la primaria en la Escuela Bernardino Rivadavia, esa que queda en 25 de diciembre al 1200; bueno, ahora la calle se llama Juan Manuel de Rosas, pero para mí siempre va a ser 25 de diciembre.-
Turno Tarde. ¡¡¡Salvado!!! La campana de salida suena exactamente a las 5 y cuarto de la tarde. La portera Doña Gregoria es de fierro y nunca se atrasa. A salir rajando para casa, las 3 cuadras al pique. Llegar, sacarse el guardapolvos, tomar una taza de Toddy y 2 tostaditas con dulce de membrillo mientras miro de reojo en la tele, en blanco y negro y con lluvia un pedacito de la serie del momento: “Flicka el caballo de no se qué”. Me tengo que acordar de decirle a mi viejo que oriente la antena de la tele, cada vez se ve peor.
Ahora sí, ahora viene lo mejor. Una cuadra a todo lo que da y ya llegué.
Antes de cruzar los veo, ya están Enrique, Raúl, Marcelo y Fidel; siempre llegan al club antes que yo; soy un boludo, me entretengo con la tele.
A las 6 de la tarde, exactamente a la 6 de la tarde como todos los días,
Don Bachicha, su majestad el canchero, abre las puertas del Club Uría. Para nosotros El Paraíso.
Había que subir exactamente 3 escalones de ladrillos rojos y ahí mismo
frente a tus ojos la majestuosa cancha de básquet, con sus mosaicos siempre brillantes y las líneas bien marcaditas. A la izquierda se abría un patiecito, ahí donde ponían los tanques de agua y te llenaban los pomos en los bailes de carnaval por cinco guitas y que al final lo techaron e hicieron un saloncito. Si te ibas para la derecha entrabas al buffet; un salón muy largo y que remataba en el mostrador, bien pero bien al final.
Lleno de mesas y siempre con gente, no mucha pero siempre alguien había.
Estaban los viejos de todos los días que se sentaban contra la ventana y que cuando vos pasabas te tocaban la cabeza y te decían “hola pibe” con voz gruesa. Esos mismos viejos que cuando te los cruzabas por la calle ni bola te daban, pero en el club te tocaban la cabeza y te decían “hola pibe”. En el club, todo era mejor y más lindo.
A un costado a la derecha, la temible cancha de bochas con los viejos
cascarrabias, todos vestidos de blanco y alpargatas y siempre arrimando al bochín.
¡¡La cancha de bochas!! Testigo de nuestra primera travesura colectiva. Un día a Raúl los viejos lo agarraron de los pelos porque se nos cayó la pelota adentro y entonces nosotros en venganza, cuando ellos se fueron le punteamos la tierra y le sembramos alpiste y después le pasamos ese rodillo pesado que ellos tenían para que no se dieran cuenta.
Suspensión de 15 días a los 5 nos dieron. Pero como le iban a tirar el pelo a Raúl!!! Teníamos razón nosotros.
Un poquito más lejos, pero siempre a la derecha estaba la cancha de pelota a paleta, donde iban a hacer la pileta de natación. Ahí jugábamos al fulbito, 5 contra 5 y donde después ya más de grandes era el lugar donde nos apretábamos a las chicas del barrio con la complicidad de sus bombitas quemadas.
Al fondo, los vestuarios, local y visitante; baño de damas y caballeros y al costado el escenario. Escenario para las fiestas, pero sagrado lugar de la mesa de control cuando jugaba la primera. Acá arriba los chicos no pueden estar ¡!! Molestan al planillero y al relojero nos decía el viejo Bachicha y nos bajaba a escobazos. Solamente se podían quedar los 2 elegidos para marcar los tantos en el tablero manual; ese de las chapitas con números, ¿viste?
Y por último la secretaría. “Comisión Directiva” decía el cartelito de la puerta. Ahí sí que ni locos te dejaban entrar; pero nosotros espiábamos y era mágico. Una mesa grande y muchas sillas, en las paredes retratos de gente que no sé quién era, todos serios y de traje, banderines de otros clubes y sobre los armarios un montón de copas y trofeos bien brillantes que seguramente habíamos ganado porque éramos los mejores del mundo. También estaban los juegos de camisetas, bien guardaditos y las pelotas, ese preciado trofeo que solamente salían a la cancha si Don Bachicha, su majestad, quería.
Ese era mi club. El Club Uría. Por lo menos así lo veía yo y así lo recordaré toda mi vida. Como el club más grande y más lindo que jamás volverá a existir.
Hoy volví a pasar por Alem 1272, donde estaba el Club Uría. Siguen los
mismos 2 edificios, empeñados en hacernos ver la realidad. Lo que ellos no saben es que desde adentro se escucha el ruido de la pelota cuando pica y el silbato del referí.
Por más que quieran el Club Uría nunca va a descansar en Paz.-
///Continuará.-
Jorge Gómez Uría