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21/11/2007
Página del recuerdo
UNA POSTAL DEL TNA

Un extensísimo y no menos insoportable viaje a La Plata fue la excusa que usaron los recuerdos para volver a presentarse. Tal vez el debut de Central en la Liga Nacional B también haya servido como disparador para que la memoria juegue una hermosa carta y permita revivir momentos pintorescos, graciosos, agradables, felices si se quiere para aquellos que entienden que también la felicidad puede llegar de la mano de una actividad deportiva.

Es que el Polideportivo del Lobo platense fue testigo mudo (porque así quedó) de una de las hazañas de Newell’s cuando jugaba en el Torneo Nacional de Ascenso una década atrás. Fue en el marco de una serie de playoffs de cuartos de final, llave que la Lepra ganaría para después caer en semifinales ante Siderca de Campana en donde despuntaba un pibe salido de Saladillo: Hernando Salles. Pero esa es otra historia.

Obviamente que las fotos están impresas en la memoria, pero que no habrá datos fidedignos de fechas ni resultados. Es que ir al archivo –existe- le daría rigurosidad periodística a estas líneas pero le quitaría el cariño de lo artesanal. Es mejor repasar así las anécdotas del paso rojinegro por la segunda categoría del básquet argentino, como se presentan, como quieren ser recordadas.

Tras perder los dos primeros choques de la serie ante el elenco de Adrián Gómez, Newell’s volvió a Rosario con escasas esperanzas de lograr el pasaporte. Había sido un año de los difíciles, con una racha negativa importante como visitante. Las caídas en La Plata habían sido calientes, la presión se había comido a Newell’s. Sin embargo, se empezó a gestar entre los asiduos seguidores del equipo del Parque la necesidad de copar el estadio y de darle un poco de su propia medicina a los platenses. Y así fue. El rojinegro metió presión como pocas veces se vio en el estadio cubierto cuando la Lepra jugaba en el TNA y ganó los dos partidos con una perlita: Cansado de las agresiones verbales de los hinchas locales, el base visitante Raúl Malchiodi se la agarró con un hincha y le sancionaron una falta técnica que fue clave para Newell’s de vuelta el cuarto encuentro.

Otra vez a La Plata para el quinto. Otra vez a jugar fuera de casa, donde todo costaba el doble.

El viaje comenzó con una sonrisa. Un calvo relator local (seguramente negará esta especie, pero el recuerdo volvió así) quiso guiar al chofer a un restaurante y terminó en el estacionamiento de un supermercado, que para colmo, estaba cerrado. Salvo D’Angelo, todos lo tomaron con gracia. El DT estaba pensando en otra cosa. En cómo ganar.

Y en La Plata recibió a los leprosos un clima caliente instaurado por el cuerpo técnico local y por una hinchada que por esos días apoyaba masivamente al Lobo.

Todo estaba armadito. Los medios de prensa del visitante iban justo debajo de la hinchada local para sufrir todo tipo de agresiones. Nadie tenía que estar cómodo.

Pero Newell’s no estuvo solo, porque una veintena de hinchas acompañaron al equipo para alentar desde la platea más cercana a la hinchada local, para que, obviamente, sintieran la misma presión que prensa, jugadores y técnicos.

Los datos del juego son borrosos, pero la realidad es que luego de un choque extremadamente parejo donde el formidable Robert Siler fue importante, Newell’s llegó a los segundos finales ganando por la mínima y Gimnasia tuvo la última pelota. Muñoz ¿o fue Hart? Algún jugador del tripero penetró en la zona pintada leprosa e intentó cambiar el rumbo del duelo, cuando apareció inmensa la mano de Gustavo Monella para tapar el balón al instante en que se escuchaba el más dulce sonido para un equipo que marcha al frente en el marcador: la chicharra final. Después hubo un segundo de festejo en la cancha antes de los proyectiles y de tener que salir corriendo para entrar a un gimnasio donde se encontraron cara a cara todos los que habían llegado desde Rosario creyendo que era posible ganar. La salida fue entre escupidas e insultos, pero el festejo con champán.

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David Ferrara
 
 
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